¿Desde qué ojos estás contemplando tu día a día? Hay miradas que elevan y otras que aprietan. Y aunque ambas tienen su propósito, no llevan al mismo lugar.
La visión de una admiradora es aquella que se deja tocar por lo simple. Es la capacidad de detenerse a mirar el movimiento de la luz en una taza de café o a reconocer la belleza de alguien que ha sido valiente, aunque no haya alcanzado la meta. Es una mirada que celebra, que multiplica. No se trata de conformismo, sino de aprecio. De darle espacio al alma para respirar.
Por otro lado, la mirada crítica y exigente se afina para detectar errores, incoherencias, lo que falta. Es útil, sí nos ayuda a mejorar, a crecer pero también puede encoger el corazón si se vuelve la única forma de ver. Porque quien solo entrena su ojo para detectar lo que está mal, empieza a olvidar lo que ya está bien.
La clave no está en eliminar una u otra. Está en el equilibrio entre ambas. Saber cuándo detenerse a admirar algo —a alguien, a ti misma— sin intentar corregirlo. Y también cuándo afilar el juicio para transformar lo que puede ser mejor. Ambas miradas pueden convivir… pero si tienes que elegir una con la que empezar el día, que sea la de la admiradora. Esa que permite que la vida, incluso con su caos, siga pareciendo un regalo.
Esta semana lo he vivido en carne propia. Me he sorprendido mirando mi Studio desde los ojos de la autoexigencia: los Stores no cuadran, el vinilo del cristal no se lee, y al poner el papel de pared... burbujas. Pero entre tanta crítica, casi olvido lo esencial: estoy creando un sueño con mis propias manos, con la ayuda de los míos. Así que, aunque aún vea algunos “defectos”, abriré las puertas de mi Studio con una mirada llena de orgullo y admiración. Porque cuando nos atrevemos a ver con amor, lo imperfecto también brilla.
Como siempre gracias por llegar hasta aquí. Si te ha servido o crees que a alguien puede hacerlo o ayudarle, puedes compartirme.
Ana.